Fingir. Aparentar. Una picardía, nomás.

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De todos los aportes del menemismo a nuestra atropellada vida como argentinos, sin dudas, el más representativo desde la cultura de la época es el rescate de la palabra “trucho”.

 

Cuesta bastante rastrear su origen y hay distintas opiniones sobre su etimología. Lo cierto es que este adjetivo de uso coloquial (ya de exportación) encierra una valoración mucho más fuerte que cualquier otro calificativo. Algo falso o fraudulento es mucho más falso y fraudulento cuando se dice que es trucho.

El concepto remite a un status inalcanzable. “Esa cartera es trucha”, no solo es falsa, la está usando alguien que no puede alcanzar la original para ostentarla y, sin embargo, se arriesga a usarla, si pasa, pasa.

El menemismo hizo de lo trucho casi una bandera al incorporar su utilización a la política. Convengamos que la versión más aceptada del origen de la palabra tiene que ver con la política.

Allá por los sesentas-setentas, la izquierda argentina se enfrentaba a un contexto violento que hizo que sus simpatizantes pasaran a la clandestinidad e idearan métodos y técnicas para no ser descubiertos. Entre estos artilugios, incluían las identidades falsas, con documentos donde la foto era cambiada.

Aparentemente, en la jerga clandestina, se solicitaba cambiarle la trucha al DNI. De ahí a DNI “trucho” hubo un paso. Otros investigadores, indican que proviene de “trocar” y otros de “trucar”. En todo caso, todas las opciones para el DNI trucho sirven.

Y siguieron sirviendo. Así, en los noventas, tuvimos una sesión del Congreso con un diputrucho. Corría 1992, En Diputados, se estaban preparando para tratar el marco regulatorio para privatizar la empresa estatal de gas. Al volver del cuarto intermedio, Juan Abraham Kenan ingresó al recinto, se sentó en la banca que le correspondía al radical Miguel Marcoli (la bancada radical se había retirado a causa de una moción por parte del Partido Justicialista. En ese momento, el presidente del bloque opositor era Fernando de la Rúa) y, con su presencia, contribuyó al quórum necesario para el tratamiento.

El señor Kenan era asesor del diputado menemista Julio Manuel Samid, hermano de Alberto Samid, y permaneció sentado hasta que un grupo de periodistas advirtió la maniobra. “No, no soy un diputado, pero estaba sentado en una banca porque soy un hipertenso que sufre una afección neurológica crónica y tengo un tajo de 14 centímetros por una operación y me sentí mal”, explicó el, desde allí en adelante, diputrucho. Ante la truchada, se radicó una denuncia y los miembros del bloque opositor impulsaron la creación de una comisión de investigación. El hecho nunca fue sancionado. En 1994, la justicia condenó a algunos meses de prisión en suspenso a Samid y Kenan.

Pero Kenan no era el único trucho, había otras 5 personas en la misma situación que lograron escapar, todos asesores de los diputados justicialistas.

Finalmente, la privatización de la tercera empresa mundial de explotación gasífera se aprobó, el delito legislativo nunca se sancionó y nosotros aceptamos que trucho va de la mano de la argentinidad básica.

 

 

 

Esta nota forma parte de la segunda entrega del ensayo  «La larga agonía de nuestra democracia» / Emilio Pimienta – Sil Mann