Desafiando al rito, destruyendo mitos.

VOTO FEMENINO – Sil Mann / Emilio Pimienta

Dentro del sistema mítico-simbólico justicialista, la  “ampliación de derechos” es el comodín discursivo. Bajo esta figura, aparecen como propias conquistas autoatribuidas, entre ellas, el sufragio femenino1.

Mientras en Nueva Zelanda la mujer se incorporaba a la vida política emitiendo su voto por primera vez en 1893, acá los radicales hacían de las suyas levantándose en dos insurrecciones lideradas por Yrigoyen y Alem contra los conservadores. Como resultado de estos movimientos, surgió la Unión Cívica Radical, Alem se suicida y Luis Sáenz Peña gana como presidente.

Destaquemos que hasta ese momento, el voto era exclusividad de los varones mayores de edad y se expresaba de manera verbal, ante la mesa electoral. De las mujeres, ni noticias.

El feminismo ya era fuerte en el mundo occidental (especialmente en el Reino Unido) y asomaba en nuestro país. Cecilia Grierson (la primera médica argentina), Elvira Rawson de Dellepiane (segunda médica graduada en el país), María Abella Ramírez (maestra, periodista y escritora uruguaya), Belén Sárraga (periodista mexicana) son algunas de las mujeres que fueron dejando sus aportes, sirviendo de inspiración y reclamando mayor participación en las decisiones cívicas y la vida pública.

 

Fue Alicia Moreau de Justo (maestra y médica) quien puso la banderita.

En 1907, creó el comité Pro-Sufragio Femenino y organizó, junto a las activistas de la época, el Primer Congreso Femenino Internacional (1910) donde el reclamo por el voto femenino tuvo su lugar. Al congreso asistieron mujeres de todo el mundo, incluida Marie Curie y María Montessori.

 

 

Médica, farmacéutica, feminista, interesada en la amplitud del mundo de la mujer, asistente y organizadora del Congreso Femenino, Julieta Lanteri fue clave en esta historia, ella encontró un hueco legal para emitir el primer voto femenino del país y de Sudamérica. Corría 1911, la municipalidad de Buenos Aires llamó a elecciones a “los ciudadanos mayores, residentes en la ciudad, que tuvieran un comercio o industria o ejercieran una profesión liberal y pagasen impuestos”.

En esa época no había conflictos con todes/todas/ todos, lo que abrió una ventana, inteligentemente utilizada por Julieta. La normativa no especificaba género, así que inició un juicio, logró ser admitida

Para entender cómo estaban paradas las mujeres en esa época: teníamos un Código Civil (de 1871) que consideraba a las como incapaz.

A todo esto, ya se habían iniciado las discusiones para modificar la ley electoral que, al año siguiente, estableció el voto universal, masculino, secreto y obligatorio.

Como vemos, la Ley 8.871, más conocida como Ley Sáenz Peña, tampoco decía nada de mujeres.

 

Hubo que esperar hasta 1926 para que la mujer mayor de edad, independientemente de su estado, tuviera plena capacidad civil, otorgada por la Ley 11.357. Ya es algo, empezaron a “ser capaces civilmente”.

La nota la dio la provincia de San Juan, en 1928. Ya se había ordenado por decreto el voto femenino y su inclusión en los padrones municipales pero, durante la gobernación de Aldo Cantoni se reformó la constitución provincial e incluyeron la participación de la mujer en las votaciones. La esposa del gobernador, Rosalina Plaza, fue la segunda mujer en votar en la Argentina.

Un año después, el senador socialista Mario Bravo presentó un proyecto que recién fue tratado en 1932 (golpe mediante). La militancia del proyecto estuvo sostenida por mujeres que enviaron al Congreso 95 mil boletas con una leyenda: “Creo en la conveniencia del voto consciente de la mujer, mayor de edad y argentina. Me comprometo a propender a su mayor cultura”. Sí, se obtuvo la media sanción.

Destacamos la intervención del diputado de la derecha, José Bustillo, que pidió voto calificado para las mujeres. Resultado: abucheo generalizado. Y no nos olvidemos del aporte del legislador conservador Uriburu: “Cuando veamos a la mujer parada sobre una mesa o en la murga ruidosa de las manifestaciones, habrá perdido todo su encanto. El día que la señora sea conservadora; la cocinera, socialista, y la mucama, socialista independiente, habremos creado el caos en el hogar”.

Lamentablemente, el proyecto no fue aprobado por el Senado.

El socialismo local de la época era innovador y osado. En 1935 y 1938, sus legisladores insistieron con los proyectos, incluso con el apoyo de la Unión de Mujeres Argentinas, representadas por Susana Larguía y Victoria Ocampo. Para entrar en el contexto machista de la época, recordemos que la UAM, fue fundada en 1936 con el objeto de rechazar la posible reforma del código civil que pretendía que una mujer casada no pudiera trabajar sin autorización de su marido (¡albricias! lograron anular la iniciativa).

¿Del voto femenino? Nada.

1946, elecciones. Hagamos memoria. El año anterior, Juan Domingo Perón había sido detenido y la revuelta terminó con el famoso 17 de octubre y el nacimiento del mito. En el camino, todos los partidos que participaban de la elección, habían incluido el voto femenino como promesa de campaña. Ganó Perón, candidato de la Junta Nacional Coordinadora.

Era el turno de otra provincia cuyana. El diputado por Mendoza, Lorenzo Soler, senador por la UCR-Junta Renovadora presentó otro proyecto. El texto sostenía igualdad completa de derechos y obligaciones para hombres y mujeres y fue defendido desde todos los ángulos y refutaciones posibles. Aprobado en Senadores, olvidado en Diputados.

Eva Duarte se encontraba armando un ala femenina del partido de Perón (que sea femenina no es lo mismo que feminista) y el segmento le resultaba interesante para el caudal de votos, así que, decidió mover el proyecto presionando con reuniones a sindicatos y fábricas, movilizaciones hacia el Congreso y presentándose ella misma en los debates2.

El 9 de septiembre de 1947, sobre la base del proyecto del radical Soler, se sancionó la ley 13.010. En su primer artículo, establecía que “Las mujeres argentinas tendrán los mismos derechos políticos y estarán sujetas a las mismas obligaciones que les acuerdan o imponen las leyes a los varones argentinos”.

 

Usurpación y euforia

Una vez aprobado, Eva Duarte se apropió del proyecto con una puesta en escena que la catapultó a las primeras páginas de la mitología peronista, mito fundador que se proyecta hasta hoy.

Frente a una plaza colmada, convocada por la CGT para festejar “el triunfo”, se asomó al balcón para anunciar: “Mujeres de mi Patria: recibo en este instante de manos del gobierno de la Nación, la ley que consagra nuestros derechos cívicos”. Para hacerla completa, puso énfasis en que esto era una “victoria de la mujer sobre las incomprensiones, las negaciones y los intereses creados de las castas repudiadas por nuestro despertar nacional”.

22 proyectos fueron necesarios.

22 intentos para igualar en derechos políticos.

1 acto para apropiarse de la gesta

y crear un mito.

Vivimos insertos en una narrativa que nos es ajena, con eventos reconfigurados y rodeados de palabras, colores, símbolos, abstracciones e imágenes transmitidas de boca en boca que quedaron instaladas. Las palabras tienen poder (mágicos, diría Durkheim), construyen realidades. El poder tiene sus palabras y quien ostenta el poder, impone su relato o realidad. Los hechos están ahí, sólo es cuestión de revitalizar la memoria histórica, devolvernos a la realidad, hacernos del poder dialéctico-político y definirnos desde nuestra propia perspectiva.

 


1 – Una de las expresiones propias de los gobiernos corporativos y autoritarios es que antes de su gestión no “existía nada” o que los opositores que no responden a su lógica, solo se dedican a destruir, un ejemplo reciente de esto lo encontramos en el documental de Tristán Bauer “Tierra Arrasada”

2 – Distinción más que importante en señalarse, la figura de Eva, destacada como “revolucionaria” en los ‘70 y reinventada recientemente como feminista de vanguardia, por los sectores más radicalizados del feminismo kirchnerista.