El pasado y el futuro en loop – Dos campañas políticas en la memoria.

Fingir. Aparentar. Una picardía, nomás.
Del ejército a la calle: el piquete

La vuelta de la democracia tras siete años de dictadura y su
intento de nuevo orden ilusionó a todos.

Una vez más, teníamos en las manos la “refundación” de la República, por lo que numerosas fuerzas políticas que buscaban ser protagonistas del momento presentaron sus fórmulas:

Unión Cívica Radical:  Raúl Alfonsín – Víctor Martínez.

Justicialismo: Ítalo Luder – Deolindo Bittel.

Partido Intransigente:  Oscar Alende – Lisandro Viale.

Movimiento Integración y Desarrollo: Rogelio Frigerio – Antonio Salonia.

Unión del Centro Democrático:  Álvaro Alsogaray – Jorge Oría.

Alianza Partido Socialista y Partido Demócrata Progresista: Rafael M. Raymonda – René Balestra.

Movimiento al Socialismo: Luis Zamora – Silvia Díaz.

Alianza Federal:  Francisco Manrique – Guillermo Rawson.

Partido Obrero: Gregorio Flores – Catalina Guagnini.

Frente de Izquierda Popular: Jorge Abelardo Ramos – Elisa Colombo.

Partido Socialista Popular:  Guillermo Estévez Boero – Edgardo Rossi.

Como vemos, una riqueza ideológica interesante. Tanto es así, que hasta Emilio Massera (exmiembro de la primera junta del Proceso) intentó presentarse con su partido para la Democracia Social.

Pero vamos a hablar de mensajes. Nos concentraremos en las campañas de comunicación de quienes serían los principales contendientes, sobre todo, por lo antagónicas: Alfonsín – Luder.

● El pasado no alcanzó: Luder – Bittel

Como vienen repitiendo a lo largo de la historia política hasta nuestros días, la campaña de la fórmula justicialista Luder-Bittel estuvo signada por el simbolismo peronista.

Infaltable, el líder mitológico fundador (sin su presencia física por primera vez) y sus alusiones a la soberanía política, la justicia social y la independencia económica aparece convocando a votar por el candidato. De hecho, en las gráficas, podemos ver la palabra “Perón” utilizada con una tipografía considerablemente mayor que el nombre del candidato a presidente. Los dedos en V también aparecían antes de la oferta electoral.

La campaña estuvo basada en la historia y pasado del partido con un tono visiblemente dramático, abundante en palabras de fuerte impacto emocional, con connotación negativa, cierto espíritu revanchista y constante alusión a la muerte:

“Por las veces que nos persiguieron, por las cárceles,

por las ollas populares, por los niños que no nacieron,

por los viejos muertos antes de tiempo,

por el dolor de las Malvinas,

por todo eso y por aquella hermosa juventud masacrada.

El 30 de octubre será la victoria peronista,

la victoria del pueblo, de la unidad nacional,

de la liberación, de la revolución nacional en paz.

Partido Justicialista. Luder-Bittel”.

 

 

Definitivamente, hablaban para adentro y toda la simbología apelaba a la cohesión interna: la marcha peronista, los dedos en V (tomados prestados a Churchill), el nacionalismo, su escudo y las imágenes de Perón y Eva.

La campaña no tuvo una unificación del mensaje con una identidad visual definida y una clara línea de acción (el único punto en común a todas las piezas es la simbología que siempre aparece en un plano superior, por encima del candidato).

Las crónicas de la época indican que Luder se negaba a ir a programas de televisión porque “salía mal”. El candidato no descansaba en equipos técnicos porque eran “muy sofisticados” y el único que gozaba de su confianza era su hijo, quien coordinaba las acciones de tres equipos que pujaban entre ellos. Confirmado por sus propias palabras en una entrevista: “confiaba más en su fogueada intuición de político que en la destreza de los publicitarios” (30 años después, otro justicialista, Alberto Fernández, siguió sus pasos comunicacionales, caminando constantemente por la cornisa de los errores discursivos).

“Unidad nacional o dependencia”.

“Luder – Bitel. El pueblo al poder”.

“Peronismo de liberación”.

“Con Luder, ganamos”.

“Para que la mujer vuelva a decidir con su voto. Vote Luder Bittel”

 

El justicialismo contaba con una ventaja impresionante: 40% de los votantes eran afiliados al partido y los sindicatos, sus aliados incondicionales. Recordemos que veníamos de una dictadura, donde la actividad partidaria estaba anulada y hubo que reorganizarse, sobre todo por la fuerte y conflictiva división interna y la falta de liderazgo. Sin embargo, la vaca electoral atada no alcanzó.

● Ganó el futuro: Alfonsín – Martínez

La campaña de la UCR, es considerada como la primera acción comunicacional moderna dentro de nuestro país.

Se centró en torno a la personalidad de Ricardo Alfonsín, obviamente, con la espalda de un partido que lo sostenía con valores éticos, resaltados en cada discurso.

Positiva y motivadora, al contrario de la campaña justicialista, apelaba al presente y al futuro e incorporó nueva simbología:

• El óvalo RA sobre la bandera de fondo jugando con República Argentina/Raúl Alfonsín en reemplazo del logo del partido, para no cerrar el mensaje y ampliar la potencia electoral.

• El saludo (una especie de abrazo con la audiencia que, según David Ratto, surgió de casualidad).

• Y la constante apelación a la Constitución Nacional, con el preámbulo recitado en cada presentación masiva.

Según declararon, luego, quienes pertenecieron al equipo creativo armado para esta ocasión, “el único estratega era Alfonsín, nosotros acompañábamos”. Claro que el equipo estaba conformado por reconocidos publicitarios de la época.

“Ahora Alfonsín:

Juntos para que Argentina gane”.

“Ahora Alfonsín, el hombre que hacía falta”.

“Más que una salida electoral

una entrada a la vida”.

“100 medidas para que su vida cambie”.

“La mujer. Medidas para que su vida cambie”.

A las técnicas publicitarias se le sumó la TV. Alfonsín fue el primero en concurrir a programas televisivos como forma de amplificar su presencia y llegar a más público.

No fue una campaña amistosa y el contexto no ayudaba mucho. Alfonsín recibió información que lo llevó a denunciar un pacto secreto entre las fuerzas armadas y las 62 organizaciones sindicales peronistas, lideradas por Lorenzo Miguel, que pretendía la amnistía de la cúpula militar. La respuesta del justicialismo no se hizo esperar. Empapelaron la ciudad acusando a Alfonsín de ser el candidato del “Imperio”, relacionándolo con la Coca-Cola.

Cierre de campañas

Como es habitual, ambos partidos convocaron al cierre con actos masivos multitudinarios.

En el marco escenográfico del Obelisco, Ítalo Lúder cerró su presentación con un discurso:  “Junto a nosotros están como siempre las grandes mayorías populares que han permanecido fieles a las causas nacionales” arengaba a la multitud, mientras su candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, Herminio Iglesias, quemaba una maqueta de un ataúd con los colores del principal partido rival y el nombre de Raúl Alfonsín pintado en el frente.

Mientras que en sus declaraciones Luder sostenía que la autoamnistía que se otorgaron los militares no se podría derogar, en lo simbólico la referencia a la muerte, la endogamia discursiva y la constante apelación al pasado sellaron la derrota.

En la misma escenografía porteña, unos días antes, Raúl Alfonsín cerraba su campaña con un discurso que celebraba la finalización de la dictadura militar y su época de prepotencia y le imprimía esperanza y motivación con el nacimiento de la democracia. Le hablaba a todos los argentinos, sin divisiones y los convocaba a construir una República y un futuro, para cerrar con el Preámbulo coreado por la emoción de todos los presentes.

Las ganas se hicieron notar, el 30 de octubre, se marcó otro hito histórico, una participación electoral del 85,61%.

La fórmula radical ganó con el 51.75% de los votos. El desconcierto justicialista fue tal que hablaban de “fraude informativo” y Lorenzo Miguel daba esperanzas a los propios con el famoso “falta contar los votos de La Matanza”.

Con la asunción de Raúl Alfonsín, asumiendo el poder desde el Cabildo de Buenos Aires el 10 de diciembre de 1983, en un marco de alegría popular y espíritu esperanzado, quedó inaugurada la vuelta de la democracia a la Argentina.

 

 

Esta nota forma parte de la segunda entrega del ensayo  «La larga agonía de nuestra democracia» / Emilio Pimienta – Sil Mann